EL REINO DE DIOS

El reino de Dios - Hechos 1:6-11

(Hch 1:6-11) "Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra. Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos. Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo."

Jesús dedicó una parte importante de los cuarenta días que pasó con sus discípulos después de su resurrección a hablarles "acerca del reino de Dios" (Hch 1:3). Hasta ese momento el concepto del "reino" se asociaba estrechamente con Israel, pero ¿cómo quedaban las cosas después de que la nación judía había rechazado y dado muerte a su Mesías?

Un suceso de gran trascendencia fue la ascensión del Señor al cielo. Esto necesariamente marcaba un antes y un después tanto en relación con la manifestación del reino, así como con la forma en la que el Señor se iba a relacionar con sus discípulos desde ese momento.

La glorificación del Señor Jesucristo facilitó el descenso del Espíritu Santo. Y como los profetas del Antiguo Testamento habían señalado con frecuencia, el derramamiento del Espíritu de forma generosa y universal sería una de las principales señales y bendiciones del reinado del Mesías.

Unido al descenso del Espíritu Santo encontramos la comisión que el Señor hizo a sus apóstoles y discípulos: "recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hch 1:8).

Ellos estaban acostumbrados a que las naciones se interesaran por el Dios de Israel y fueran hasta Jerusalén a encontrarse con él en su templo, pero ahora el Señor invierte el orden, y envía a sus discípulos a salir desde Jerusalén con las buenas noticias del evangelio y llegar hasta lo último de la tierra.

Las palabras de los dos ángeles que se colocaron junto a los apóstoles en el momento cuando Jesús ascendía al cielo, y que les informaron acerca de su segunda venida: "Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Hch 1:11).
Quedaba abierto, por lo tanto, un período entre su ascensión y segunda venida, que ya se extiende por casi dos mil años, y que está marcado por el mandato de testificar a todas las naciones acerca del Señor Jesucristo y su Obra en la Cruz.

El concepto del Reino de Dios

1. El reino de Dios lo abarca todo
Básicamente podemos decir que un reino es el ámbito sujeto a la autoridad de un rey. Y en el caso del reino de Dios incluye absolutamente todo lo creado. Porque como dijo Pablo, "de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén." (Ro 11:36).

Por supuesto, esto no sólo incluye el mundo de los hombres, sino que abarca también a todas las huestes espirituales. El salmista expresó el dominio absoluto de Dios sobre toda su creación de la siguiente manera:

(Sal 103:19-22) "Jehová estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre todos. Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, obedeciendo a la voz de su precepto. Bendecid a Jehová, vosotros todos sus ejércitos, ministros suyos, que hacéis su voluntad. Bendecid a Jehová, vosotras todas sus obras, en todos los lugares de su señorío. Bendice, alma mía, a Jehová."

Y además de abarcarlo todo, su reino tampoco conoce ninguna limitación de tiempo, sino que se extiende por toda la eternidad.
(Sal 145:13) "Tu reino es reino de todos los siglos, y tu señorío en todas las generaciones."

2. Oposición dentro del reino de Dios
Debemos reconocer que cuando miramos a nuestro alrededor vemos que hay muchas cosas que no se ajustan a la voluntad de Dios revelada en su Palabra.

La Biblia, se hace eco de esta oposición contra el gobierno de Dios. Sin darnos demasiados detalles, nos informa que la rebelión que vemos en nuestro mundo, fue precedida por otra entre los mismos ángeles.

Y aunque no sabemos cómo se originó este reino satánico de tinieblas morales y espirituales, los primeros capítulos del libro de Génesis nos explican que esta rebelión se introdujo en nuestro mundo por la acción de satanás que fue seguida por Adán y Eva (Gn 3:1-6).

Esta actividad contraria a la voluntad del Rey eterno oscurece el reino de Dios en este mundo. No cabe duda de que el pecado ha dañado gravemente la belleza y hermosura que inicialmente existió antes de la entrada de este elemento de rebeldía.

Debido a esta autoridad usurpada, satanás es conocido como el "príncipe de la potestad del aire" y su influencia es ejercida sobre los habitantes de este mundo (Ef 2:2) y también está en guerra constante contra los mismos creyentes (Ef 6:10-13).

3. El plan de Dios para el "restablecimiento" de su reino
La presencia en nuestro mundo de esta rebelión contra el gobierno de Dios, rápidamente se extendió por toda la raza humana.
Pero Dios nunca ha abdicado como Rey legítimo de este mundo, ni tampoco acepta ser su Rey en un sentido simbólico. Dios tiene el poder y el derecho legítimo para acabar con cualquier rebelión, y de hecho lo hizo cuando trajo el diluvio universal sobre este mundo (Gn 6-7), o destruyó ciudades concretas como Sodoma y Gomorra (Gn 19:1-29), o dispersó a la sociedad altiva que se levantó contra él en Babel (Gn 11:1-9).

Aunque Dios tuvo que intervenir en juicio debido al peligroso incremento de la inmoralidad, su deseo nunca ha sido destruir al hombre. Su propósito no es establecer su reino en este mundo por la fuerza, que evidentemente podría hacerlo, sino que su plan es otro muy diferente.

Recordemos el llamamiento que hizo a un hombre, Abraham, de quien después formaría la nación de Israel. Su intención era manifestar su voluntad por medio de un pueblo, donde su reino universal que jamás se interrumpe, fuese manifestado de manera visible en nuestro mundo. Con este fin estableció un pacto con Abraham por el que le garantizaba bendiciones personales, la multiplicación de su simiente, la posesión de la tierra prometida, y la protección de la raza contra sus enemigos. Todas estas promesas de bendición para toda la raza encontraban su base en su "simiente", es decir, en un descendiente suyo (Gn 15:1-21).

Dios empezó a cumplir sus promesas y la nación de Israel quedó formada tras su salida de Egipto y su establecimiento en la tierra prometida.

En ese tiempo Dios gobernaba directamente sobre su pueblo por medio de hombres que no eran reyes, sino instrumentos de Dios, quien era el único Rey. Fue un tiempo en que Israel era una teocracia.

Pero la degeneración del pueblo, del sacerdocio y de los jueces, hicieron que Israel cayera una y otra vez en manos de sus enemigos.

Fue entonces cuando Dios intervino para nombrar a David como rey sobre la nación (Sal 78:56-72). Y también hizo un pacto con él por medio del cual Dios se comprometía a levantar de entre sus descendientes a uno que se sentaría en su trono eternamente (2 S 7:8-16).

Con el tiempo los reyes de la dinastía de David llegaron a su fracaso inevitable, al punto de que Israel fue llevado en cautiverio a Babilonia, y la ciudad de Jerusalén y su templo destruidos.

Sedequías fue el último rey de la dinastía de David que gobernó sobre el pueblo judío (2 R 25:1-7).

Es cierto que algunos judíos retornaron a Jerusalén y a Judea en tiempos de Esdras y Nehemías, pero tanto ellos como sus descendientes se encontraron siempre bajo el dominio de las grandes potencias de Persia, Grecia y Roma, aparte de un breve intervalo de independencia bajo los primeros Macabeos, que tampoco tenían derecho legítimo al trono.

Dadas las catástrofes de la historia de Israel, todo el pueblo estaba expectante esperando la venida del Mesías. El profeta Daniel, quien escribió desde el cautiverio en Babilonia, tuvo una esperanzadora visión del futuro de la nación. Él anunció a un "hijo de hombre" quien establecería en este mundo la soberanía de Dios:

(Dn 7:13-14) "Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido."

La "simiente" prometida a Abraham en la cual serían benditas todas las naciones de la tierra, el "hijo de David" que se sentaría eternamente en el trono de Dios, y el "hijo del Hombre" del que habló el profeta Daniel, y del que se dice que le fue dado dominio, gloria y reino sobre todos los pueblos, todos ellos se referían a una misma persona, el Mesías de Dios.

Dios quería establecer su reino en este mundo a partir de Israel, pero era evidente que su fracaso como nación arruinaba una y otra vez el proyecto. Porque a pesar de que ellos habían tenido unos privilegios únicos en su trato con Dios, y habían recibido de Él leyes justas que los hacía un pueblo especial, sin embargo, su naturaleza caída les hacía tropezar una y otra vez.

Si este mundo ha de ver el reino justo de Dios, éste nunca podrá ser establecido sobre el humanismo, porque precisamente el hombre y su naturaleza pecadora es la clave del problema. Y Dios sabe perfectamente que en tanto que no solucione el problema del pecado en el ser humano, será imposible establecer su reino.

Dios se propuso hacer esto por medio del Mesías que vendría de la descendencia de Abraham y del rey David.

El profeta Isaías anunció que el Mesías, el Siervo de Jehová, quitaría el pecado del hombre por medio del sacrificio de sí mismo:

(Is 53:5-6) "Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros."

Todo esto se cumplió en la persona del Señor Jesucristo, "hijo de David, hijo de Abraham" (Mt 1:1). Y por su muerte en la Cruz derrotó al pecado y estableció el fundamento inconmovible de su reino. Él sabía que sería imposible establecer los principios de su reino en personas pecadoras, antes era necesario librar al hombre de la esclavitud del pecado.

4. La venida del Mesías
Con la venida del Señor Jesucristo se inició una nueva etapa en la manifestación del Reino de Dios. Y el tema del reino es tan importante que impregna toda la predicación de Jesús. Según el evangelio de Marcos, comenzó su ministerio de esta manera:

(Mr 1:14-15) "Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio."

Es el anuncio de la proximidad del reino y la necesidad de la conversión y la fe para poder entrar en Él.

A través de su presencia y su actividad, Dios entró en la historia de un modo totalmente nuevo. Por esta razón dice que "el tiempo se ha cumplido".

Ahora bien, el concepto del reino de Dios que los judíos esperaban, distaba mucho del que Cristo había venido a establecer en su primera venida. A los mismos discípulos les costó mucho asimilarlo, y la mayoría de los judíos rechazaron a Jesús porque no satisfacía sus expectativas en cuanto a su concepto del reino.

La parábola del sembrador servía para mostrar las diferentes reacciones de la persona ante la Palabra sembrada en su corazón (Mr 4:1-20).

El reino de Dios que Cristo anunciaba no se podía localizar en ningún mapa, como ocurre con todos los reinos de este mundo. Su lugar está en el interior del hombre. Allí crece, y desde allí actúa.

El reino que Cristo predicaba no entraba en conflicto con los reinos de este mundo. Fue en este sentido que le dijo a Pilato: "Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí" (Jn 18:36).

Y esta fue una de las razones por las que muchos judíos de su tiempo le rechazaron, porque no establecía un reino político en oposición a los romanos.

El reino se extendía de manera silenciosa. "Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros" (Lc 17:20-21).

5. La reacción de la nación judía ante la venida del Mesías
Como decíamos, los judíos esperaban un Mesías político que los librara del yugo de Roma, pero como vemos, éste no era uno de los objetivos de su venida.

Para Cristo, mucho más grave que la presencia de los romanos en su tierra, era la presencia del pecado en sus vidas.
Liberarlos de esto último era el objetivo de su primera venida.

Cristo fue rechazado por la parte "oficial" de Israel, quienes promovieron, y finalmente lograron, que el gobernador romano lo crucificase.
Y cuando Jesús fue clavado en una cruz, muchos que pensaban que él era el Cristo que había de redimir a Israel, quedaron abatidos y desconsolados (Lc 24:18-21). Todas sus esperanzas se desvanecieron.

Pero Dios no había fracasado en su intención de establecer su reino en este mundo por medio de su Mesías, ya que en realidad los fundamentos habían quedado establecidos definitivamente por medio de su muerte y resurrección, ya que, en realidad, sólo de esta manera podía ser justificado el pecado y el reino de Dios instaurado en el corazón de las personas. De esta manera el enemigo fue derrotado, perdiendo sus armas por las que tenía prisioneros a los hombres, que como sabemos son el pecado y la muerte (He 2:14-15).

6. El futuro de Israel
Después de la muerte y resurrección de Cristo, la mayoría de la nación judía continuó rechazándolo, por lo que la nueva iglesia cristiana se constituyó principalmente por gentiles.

Por otro lado, los judíos continuaron sin ser independientes, y mucho menos después de que el general Tito, en el año 70 de nuestra era, destruyera el templo y la ciudad de Jerusalén, dispersando por todo el mundo a los judíos.

El apóstol Pablo trata en Romanos capítulos 9 al 11 la posición de Israel presente y futura. Y allí reafirma que a causa de su incredulidad y endurecimiento han sido desechados, pero no para siempre, porque "irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios" (Ro 11:29). De modo que finalmente todo Israel será salvo y medio de grandes bendiciones para el mundo.

(Ro 11:25-28) "Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados. Así que, en cuanto al evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero en cuanto a la elección, son amados por causa de los padres."

Esto ocurrirá según este texto, cuando "haya entrado la plenitud de los gentiles" y venga "el Libertador". La "plenitud de los gentiles" se refiere a la Iglesia, que en este tiempo es de mayoría gentil. Y después de esto hay indicios en las Escrituras de una época final de tribulación para la nación de Israel que terminará con la venida del "Libertador" y la conversión de la nación judía. Este destino futuro de Israel se relaciona estrechamente con el "Reino Milenial".

7. La formación de la Iglesia
Cuando Israel rechazó a su Mesías, Dios entregó el reino a otro pueblo. Esto fue lo que el Señor anunció por medio de la parábola de la viña y los labradores malvados: "el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él" (Mt 21:33-46).

Este pueblo es la Iglesia, formada mayormente por gentiles. Este nuevo concepto del reino de Dios no había sido anunciado en el Antiguo Testamento, era un misterio que los apóstoles, y en especial Pablo, se encargaron de revelar en el Nuevo Testamento.

8. El reino de Dios escatológico
El reino de Dios en su manifestación presente, ya sea en el individuo o en la iglesia, es sin duda una realidad humilde.

Lo podemos ver en la parábola de la semilla de mostaza, que es la más pequeña de todas las semillas (Mt 13:31-32); o en la pequeña parte de levadura que es escondida (Mt 13:33); o en la semilla que se echa en la tierra y allí sufre distintas suertes: la picotean los pájaros, la ahogan las zarzas, se seca por falta de agua (Mt 13:1-9); o la semilla de trigo que crece junto a la cizaña (Mt 13:24-30).

Sin embargo, aunque en estas parábolas el comienzo es siempre pequeño y humilde, su fin presentará otra realidad completamente diferente.

De alguna manera todo esto nos anuncia la próxima irrupción del nuevo mundo de Dios, de su soberanía manifestada de forma visible en nuestro mundo.

El reino de Dios no se introducirá de forma lenta y paulatina, sino que irrumpirá de pronto. Cristo les dijo a sus discípulos: "Porque como el relámpago que al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será el Hijo del Hombre en su día".
Y sigue comparando su venida futura con las catástrofes que pusieron fin tanto a la iniquidad del mundo antediluviano como a la de Sodoma y Gomorra, y añade: "Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste" (Lc 17:22-30).

Este momento es conocido en el Antiguo Testamento como "el día de Jehová". Y por el libro de Apocalipsis sabemos que el reino de las tinieblas llegará a su apogeo cuando satanás haga surgir su "anticristo", quien se hará rey y dios de los hombres que no han querido someterse al Cristo de Dios, pero en la venida del Señor, su atrevida rebelión será cortada y Cristo destruirá toda oposición y reinará en esta tierra (2 Ts 2:3-12) (Dn 7:19-27).

Lógicamente esta aparición en gloria del Señor rodeado de todos sus ángeles con Él para sentarse en su trono (Mt 25:31), irá acompañada con el juicio de las naciones, que preparará el terreno para la implantación del reino en esta tierra (Ap 19:11-16).

(Mt 19:28) "Y Jesús les dijo: De cierto os digo que, en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel."

(Lc 22:29-30) "Yo, pues os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel."

La Iglesia, no es mencionada en el Antiguo Testamento, sino que como Pablo enseñó, era un misterio que había sido revelado en su tiempo por los apóstoles del Señor:

(Ef 3:5-7) "Misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a los hijos de los hombres, como ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio, del cual yo fui hecho ministro por el don de la gracia de Dios que me ha sido dado según la operación de su poder."

Esta es una hermosa promesa de que un día cesará todo conflicto, prevalecerá la justicia y el mundo conocerá la paz universal.

(1 Ts 5:1-3) "Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá, así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán."

(Mt 24:44-46) "Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis. ¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo? Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así."


Por lo tanto, queda claro que el propósito del intervalo entre la ascensión del Señor y su segunda venida no es el de restaurar el reino a Israel, sino el de dar testimonio universal de Cristo. Hasta la segunda venida del Señor, la misión global de la iglesia en el poder del Espíritu debe ser anunciar lo que Cristo ha obtenido con su primera visita, y hacer un llamamiento a la gente para que se arrepienta y crea en él, cómo único modo de prepararse para su segunda venida.

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