Cántico de Ana

1 Samuel


2:1 Y Ana oró y dijo:
Mi corazón se regocija en Jehová,
Mi poder se exalta en Jehová;
Mi boca se ensanchó sobre mis enemigos,
Por cuanto me alegré en tu salvación.
2:2 No hay santo como Jehová;
Porque no hay ninguno fuera de ti,
Y no hay refugio como el Dios nuestro.
2:3 No multipliquéis palabras de grandeza y altanería;
Cesen las palabras arrogantes de vuestra boca;
Porque el Dios de todo saber es Jehová,
Y a él toca el pesar las acciones.
2:4 Los arcos de los fuertes fueron quebrados,
Y los débiles se ciñeron de poder.
2:5 Los saciados se alquilaron por pan,
Y los hambrientos dejaron de tener hambre;
Hasta la estéril ha dado a luz siete,
Y la que tenía muchos hijos languidece.
2:6 Jehová mata, y él da vida;
El hace descender al Seol, y hace subir.
2:7 Jehová empobrece, y él enriquece;
Abate, y enaltece.
2:8 El levanta del polvo al pobre,
Y del muladar exalta al menesteroso,
Para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor.
Porque de Jehová son las columnas de la tierra,
Y él afirmó sobre ellas el mundo.
2:9 El guarda los pies de sus santos,
Mas los impíos perecen en tinieblas;
Porque nadie será fuerte por su propia fuerza.
2:10 Delante de Jehová serán quebrantados sus adversarios,
Y sobre ellos tronará desde los cielos;
Jehová juzgará los confines de la tierra,
Dará poder a su Rey,
Y exaltará el poderío de su Ungido

Ana vivió durante el tiempo en la que la nación de Israel no tenía rey y se volcaba en el pecado y la corrupción. Pero aún cuan degenerada se vuelva la sociedad, Dios siempre tiene su remanente fiel. En esos días, el remanente incluía a Ana.


Ella era una mujer judía íntegra, temerosa de Dios, pero estaba en una posición difícil de tener que compartir marido con otra esposa. Ana era la primera esposa del Elcana, y debido que era estéril, él se casó con otra para tener hijos.


Elcana era un levita descendiente de Izhar, de Coat, hijo de Leví (1 Cro 6:33-38). A la tribu de Leví se le confió el cuidado y el servicio del tabernáculo, y más tarde del templo.

Ana no tenía hijos en una cultura que veneraba a las mujeres fecundas y consideraba que la esterilidad era una maldición. La esterilidad (fracasos, sentirse inferiores…) de Ana se atribuye a la actividad de Dios, la preparaba para el nacimiento de su hijo Samuel. Debemos llevar las circunstancias y sufrimientos directamente a Dios y esperar de Él.
Ana sufrió antes de que Dios finalmente le respondiera. Pero durante esos años, Dios la estaba moldeando para transformarla en la persona que Él quería que fuese.
Ana mostró su devoción al Señor mediante su disposición a dedicar a su hijo a la obra del Señor, expresó su consagración a Dios y a su reino al entregar a su hijo al ministerio del Señor.
El Cántico de Ana está registrado justamente después de haber dejado a su hijo Samuel con el Sumo Sacerdote Eli. Uno pensaría que ella estaría triste, pero su corazón estaba lleno de gratitud al Señor por haber respondido a su oración.

Podríamos pensar que Ana salió perdiendo, pero no es así. Todos salieron ganando, y así es la forma en que Dios opera. A Ana le fue quitada la vergüenza de la esterilidad; pero no sólo eso, sino que fue premiada con más hijos. 

(1 Sam. 2:20-21) Entonces Elí bendecía a Elcana y a su mujer, y decía: Que el SEÑOR te dé hijos de esta mujer en lugar del que ella dedicó al SEÑOR. Y regresaban a su casa. (21) Y el SEÑOR visitó a Ana, y ella concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas. Y el niño Samuel crecía delante del SEÑOR.


También la nación de Israel salió ganando porque ahora Dios tenía a su servicio un hombre que iba a cambiar la historia de Israel: Samuel, el juez y el profeta que ungió a los dos primeros reyes de Israel. 

Al final, el Cántico se vuelve profético, haciendo mención del Mesías que vendrá a reinar sobre toda la Tierra. En un momento en que los inicuos parecerán triunfar, el Señor vendrá a derrotarlos y a juzgarlos. Entonces el Señor traerá justicia y paz al mundo. 

Los hijos de Elí fracasaron ministerialmente pues eran hombres inicuos, corruptos en la casa de Dios que aprovecharon su privilegio como oportunidad para ganancia codiciosa y de inmoralidad sexual. Elí se indignó ante la mala conducta de sus hijos, pero no los quitó de su oficio ministerial, fue transigente y se consideró el fracaso de Elí equivalente al menosprecio de Dios, de la naturaleza santa de Dios y su norma para el sacerdocio, la solemnidad y la integridad en espíritu y verdad.
A pesar de su alta posición, los hijos de Eli no se comportaban como debían ni hacían las cosas como Dios mandaban. Ellos “hacían lo que querían”, tal como el pueblo en la época de los jueces (Jue. 21:25). Ellos querían servir a Dios “a su manera”.


La Palabra de Dios declara que ningún ministro inmoral puede servir como guía del pueblo de Dios, a tales personas se les debe apartar de sus lugares de liderazgo.
El Señor no manda juicio sin antes hacer una advertencia. Por lo tanto, el Señor envió un profeta para confrontar a Eli y llamarlo al arrepentimiento. Si él no corregía a sus hijos, el Señor se encargaría de hacerlo. 

(1 Sam. 2:27-29) Entonces un hombre de Dios vino a Elí y le dijo: Así dice el SEÑOR: ¿No me revelé ciertamente a la casa de tu padre cuando ellos estaban en Egipto, esclavos de la casa de Faraón? (28) ¿No los escogí de entre todas las tribus de Israel para ser mis sacerdotes, para subir a mi altar, para quemar incienso, para llevar un efod delante de mí? ¿No di a la casa de tu padre todas las ofrendas encendidas de los hijos de Israel? (29) ¿Por qué pisoteáis mi sacrificio y mi ofrenda que he ordenado en mi morada, y honras a tus hijos más que a mí, engordándoos con lo mejor de cada ofrenda de mi pueblo Israel?

Samuel llegó a la casa de Eli a vivir como un hijo. Sin embargo, Samuel no se comportó como los otros hijos de Eli. En contraste, el pequeño Samuel iba creciendo espiritualmente. 

(1 Sam. 2:18-19)  Samuel siendo niño, ministraba delante del SEÑOR, usando un efod de lino. (19) Su madre le hacía una túnica pequeña cada año, y se la traía cuando subía con su marido a ofrecer el sacrificio anual. 


El cántico profético de Ana exalta el cuidado providencial de Dios de los que permanecen fieles a Él. Los seguidores en Cristo debemos confiar como el Señor actúa en nosotros. Cualquier cosa que Él permita que llegue a nuestras vidas la debemos llevar a Cristo en oración, con la confianza de que nadie puede separarnos de su amor, pues Él sacará lo bueno de cualquier cosa que suceda (Ro 8:31-39).

Como clamar ante Dios por su divina providencia  

Job 1:5 mis hijos

Job como padre piadoso estaba profundamente preocupado  por el bienestar espiritual de sus hijos. Él observaba la conducta y la manera de vivir de ellos, pidiéndole a Dios que los protegiera del mal y que ellos experimentaran la bendición y la salvación de Dios. Job es el ejemplo de un padre cuyo corazón se inclina hacia sus hijos al dedicar el tiempo y la atención necesaria para protegerlos de una vida de pecado.

Dios les bendiga

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