Hijos de Dios


1ª Juan

3:1 Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios;Juan 1. 12 por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. 
3:2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. 
3:3 Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro. 
3:4 Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. 
3:5 Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados,Juan 1. 29 y no hay pecado en él. 
3:6 Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. 
3:7 Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. 
3:8 El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. 
3:9 Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. 
3:10 En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. 

Cuando Jesús fue visitado por Nicodemo, Cristo le dijo "de cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios (Ju 3:3)".

Cuando nacemos físicamente heredamos la naturaleza del pecado resultado de la desobediencia de Adán, en lugar de ser hijos de Dios, somos hijos de la ira y desobediencia. Pero la misericordia de Dios, por su gran amor nos dio vida con Cristo, por la gracia somos salvos. Mas todo aquel que recibe a Jesús, cree en su nombre, nos da la potestad de ser hijos de Dios.

Cristo resucitó victorioso sobre el pecado y la muerte, Dios le confirió toda autoridad. Jesús guía con autoridad y poder a aquellos que lo reciben, Él juzgará a todos los que lo rechacen.

Un hijo de Dios no puede ser repudiado por pecar, pero el que practica el pecado revela que nunca ha nacido de nuevo y Jesús dice de tal gente "vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer (Ju 8:44). 

A los hijos de Dios no les atrae la levadura del pecado, sino el deseo de conocer, amar y glorificar al Padre de la vida. La recompensa de ser hijos de Dios es inconmensurable.

Ser hijo de Dios es el privilegio más grande de la salvación. Ser hijo de Dios es la base de la fe y la confianza en Dios y la esperanza de gloria para el futuro. Como hijos de Dios, somos herederos de Dios y coherederos con Cristo. Hemos de ser conscientes a través del Espíritu Santo, el espíritu de adopción que somos hijos de Dios, y hace que nuestros corazones clamemos   ¡Abba Padre! Y sentimos el deseo de ser guiados por el Espíritu de Dios. Ser hijos de Dios es la base para ser disciplinados en amor y sabiduría por el Padre y la razón por la que se vive para agradar a Dios. El gran propósito de Dios al hacernos hijos suyos es salvarnos eternamente y conformarnos a semejanza de su Hijo.

La carrera que tenemos por delante es la prueba de la fe durante la vida en este mundo, y debe correrse con paciencia, con perseverancia y constancia, sabiendo que la manera de alcanzar la victoria es esforzarnos hasta llegar a la meta, despojándonos de los pecados que asedian o demoran y fijando la mirada, la vida y el corazón en Jesucristo y en el testimonio de obediencia perseverante que dio en la tierra, siendo muy conscientes que el mayor peligro es la tentación a volver al pecado y volver a ser ciudadanos del mundo. 

A todos los hijos de Dios se les da la unción, para ayudarnos y ser guiados a la verdad a través de su palabra el Espíritu nos ayuda a entender y escudriñar sus verdades redentoras. Tenemos dos salvaguardas contra el error doctrinal, la revelación bíblica y el Espíritu Santo. No necesitamos enseñanzas que no sean bíblicas. Es peligroso ser guiados por enseñanzas que no se encuentran en la fe cristiana y que tergiversan la palabra, por ello es importante el estudio de la Palabra de Dios y recibirla en nuestro corazón, pues el alma y nuestro destino eterno dependen de ello.

Permaneceremos en Cristo y tendremos la salvación sólo mientras vivamos en la enseñanza de Cristo y de los apóstoles, pues el abandono del evangelio y de la fe es espiritualmente fatal y separa a las personas de Jesús. Estando en Cristo recibimos la unción de fe, es decir al Espíritu Santo, y por medio de Él conocemos la verdad.

En este mundo los creyentes somos peregrinos que tenemos que dar la luz y el testimonio de Jesucristo, sólo así vencemos al mundo porque amamos a todo lo creado por Dios, no al mundo ni sus visiones ni sus valores, pues la iniquidad, la idolatría, la vanagloria, los vicios, la decadencia no nos sirven, ello es la esclavitud.

Nosotros amamos el amor del Padre, Hijo y Espíritu Santo, pues somos nacidos de Dios en el nuevo hombre aceptando a Cristo como nuestro redentor Hijo de Dios, nuestro corazón anhela vivir y caminar sus sendas.

Juan afirma que nadie que está viviendo en el pecado le ha visto ni le ha conocido y sigue sin conocerlo, o que en el pasado lo conocieron pero no han seguido conociéndolo hasta el presente, de modo que ya no lo conocen, son apóstatas, o los que nunca han tenido una verdadera fe porque siguen una fábula.

Si de verdad somos nacidos de Dios no se puede hacer del pecado un hábito, pues la vida de Dios no puede existir en los que viven en pecado. El que vive de nuevo en Cristo produce una vida espiritual con una relación íntima siempre con Él, una relación continua y sostenida. Es una imposibilidad espiritual que alguien tenga una vida con Dios y siga pecando, pues lo que nos guarda del pecado es la simiente de Dios en nuestros corazones, mediante la fe, la presencia de Cristo, el poder del Espíritu y la Palabra escrita, sólo así podremos vivir libres de la ofensa y del pecado.




Dios les bendiga

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