Vencedores en Cristo
Nosotros
tenemos seguridad de la vida eterna si se ama a los hermanos. Sabemos
que hemos pasado de la muerte a la vida, en que amamos a los
hermanos, y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos
nuestros corazones delante de Él (1 Jn 3:14,19).
1
Ju 3:14 Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que
amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en
muerte.
3:15
Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que
ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.
3:16
En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros;
también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.
3:17
Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener
necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de
Dios en él?
3:18
Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en
verdad.
3:19
Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros
corazones delante de él;
Aunque
el amor es un aspecto del fruto del Espíritu (Gá 5:22-23) y
evidencia del nuevo nacimiento, también es algo que tenemos de
desarrollar. Si nos amamos los unos a otros, Dios vive en nosotros y
perfecciona su amor en nosotros.
1
Co13:4 El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el
amor no es jactancioso, no se envanece;
El
amor a igual que la fe es acción, la disposición en nuestro corazón
a desarrollar el amor de Cristo el cual cubre multitud de defectos,
comprendiendo las dificultades del prójimo como también de las
nuestras propias, el amor de Dios nos ha de elevar por encima de las
adversidades del mundo, en mirada de compasión por el mundo.
El
amor es la naturaleza misma de Dios, la cual demostró al dar a su
propio Hijo por nosotros. La fe y el amor son inseparables, porque
cuando nacemos de Dios, el Espíritu Santo vierte el amor de Dios en
nuestro corazón (Ro 5:5).
Ro
5:5 y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue
dado.
“El
amor de Dios ha sido derramado”, el Espíritu Santo continua
inundando el corazón de todo aquel que cree en Cristo con amor,
sobretodo en tiempos difíciles. Es esa constancia del amor de Dios
la que sostiene al creyente en los sufrimientos, y asegura que la
esperanza de gloria no es ilusoria; es seguro el regreso de Cristo
por su pueblo.
Como
Cristo nos amó, habiendo conocido su amor, perdón y ayuda, estamos
obligados a ayudar a los demás, con decisión y buena voluntad. El
amor a los demás es genuino amor cristiano sólo si va acompañado
del amor de Dios y obediencia a sus mandamientos.
La
fe que vence al mundo es la que ve las realidades eternas.
Debemos
leer y estudiar la palabra de Cristo, meditar y acompañarla con
oración hasta que more con toda su riqueza en el corazón; así
nuestros pensamientos, palabras, acciones, motivaciones estarán bajo
influencia y control de Cristo.
Sal
119:11 En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra
ti.
Las
metas y esfuerzos deben ser buscar las cosas espirituales, resistir
al pecado, revestirse del carácter de Cristo. La gracia, el poder,
experiencias y las bendiciones espirituales están con Cristo. Él
otorga esas cosas a quienes piden con sinceridad, buscan con
diligencia y llaman con persistencia en oración.
Un
vencedor es alguien que por la gracia de Dios recibida mediante la fe
en Cristo ha experimentado el nuevo nacimiento y permanece en
constante victoria sobre el pecado, el mundo y el contrario.
Rodeados
de gran oposición y rebelión, los vencedores se niegan a adaptarse
al mundo y a cualquier impiedad que haya visible en la iglesia. Oyen
y responden a lo que el Espíritu dice a las iglesias, se mantienen
fieles a Cristo hasta el fin y aceptan solamente las normas de Dios
reveladas en su Palabra. Los vencedores en las iglesias que son de
Dios, y sólo ellos, comerán del árbol de la vida, en cual está en
medio del paraíso de Dios.
Ap
2:7 El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está
en medio del paraíso de Dios.
Se
sentarán con Cristo en su trono, y serán hijos de Dios para
siempre. El secreto de la victoria de los vencedores es la muerte
expiatoria de Cristo. No hay alternativa intermedia.