fe y oración
El que no duda
puede realizar o recibir todo lo que está en armonía con la voluntad de Dios.
Jesús nos habla de la fe y la oración, afirmando que las respuestas a la
oración están relacionadas con la fe del que pide.
Mt 21:18-22.
21:18 Por la mañana, volviendo a la ciudad, tuvo hambre.
21:19 Y viendo una higuera cerca del camino, vino a ella, y no halló nada en ella, sino hojas solamente; y le dijo: Nunca jamás nazca de ti fruto. Y luego se secó la higuera.
21:20 Viendo esto los discípulos, decían maravillados: ¿Cómo es que se secó en seguida la higuera?
21:21 Respondiendo Jesús, les dijo: De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho.
21:22 Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis.
La higuera es un símbolo de Israel
El día anterior Jesús había llegado a Jerusalén y había ido directamente al templo, donde observó todo lo que allí se hacía, hubo muchas cosas que le desagradaron. A la mañana siguiente, volvió a Jerusalén con la clara intención de expresar su total desaprobación sobre la forma en la que los líderes religiosos de Israel habían convertido la casa de su Padre, el templo, en una cueva de ladrones.
A lo largo del Antiguo Testamento, Dios se había referido a su pueblo Israel bajo el símil de una higuera, este milagro, es muy diferente a todos los demás que hemos visto hasta ahora, puesto que Jesús usa su poder para destruir y maldecir, en lugar de bendecir y dar vida.
El profeta Jeremías tuvo una visión en la que vio dos cestos, uno lleno de higos buenos como brevas, y otro de higos malos que no se podían comer. Unos simbolizaban al pueblo de Judá que había sido deportado por Nabucodonosor a Babilonia pero que habían permanecido fieles a Dios, y los otros, al resto que había quedado en Jerusalén con el rey Sedequías, pero que se habían apartado de la voluntad de Dios (Jer 24:1-10) (Jer 29:17).
De hecho, lo que Jesús hizo con la higuera del camino a Jerusalén era lo mismo que el profeta Jeremías había anunciado que Dios haría con su pueblo Israel:
(Jer 8:13) "Los cortaré del todo, dice Jehová. No quedarán uvas en la vid, ni higos en la higuera, y se caerá la hoja; y lo que les he dado pasará de ellos."
Por lo tanto, la maldición de Jesús a la higuera, debemos entenderla como un símbolo del juicio de Dios contra su pueblo Israel.
Una higuera con hojas pero sin fruto.
La noche anterior Jesús había tenido ocasión de comprobar esto en su visita al templo. Y justo en este momento se disponía a ir allí nuevamente para hacer una de las acusaciones más graves que podemos imaginar: "Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones, mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones" (Mr 11:17).
Todos aquellos rituales perfectamente organizados que llevaban a cabo en el templo, sólo servían para esconder la falta de verdadera vida espiritual.
La abundancia de sus hojas hacía pensar que tenía fruto, pero realmente carecía de él. Prometía mucho pero no daba nada.
Pero también la Iglesia debe tomar en serio esta advertencia. Cristo puede venir en cualquier momento, de una forma inesperada, y lo que él va a buscar es nuestro fruto. Él no se va a conformar con que tengamos hermosos templos, cultos muy bellos y bien organizados, y tampoco le va a impresionar nuestra música o la relevancia social que hayamos alcanzado.
(Mt 7:21-23) "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad."
Recordemos que el bautismo, el ser miembros de una iglesia, el participar de la cena del Señor y la práctica asidua de las formas externas del cristianismo, pueden ser únicamente hojas si no hay frutos del Espíritu de Dios en nuestras vidas.
(Mt 7:16) "Por sus frutos los conoceréis..."
(Ga 5:22-23) "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley."
Debemos ser
temerosos de Dios, es el principio de la sabiduría y saber que la hipocresía,
la avaricia, el interés egoísta, la inmoralidad y la irreverencia en la casa de
Dios traerán el juicio y la justa indignación de Dios.
El día anterior Jesús había llegado a Jerusalén y había ido directamente al templo, donde observó todo lo que allí se hacía, hubo muchas cosas que le desagradaron. A la mañana siguiente, volvió a Jerusalén con la clara intención de expresar su total desaprobación sobre la forma en la que los líderes religiosos de Israel habían convertido la casa de su Padre, el templo, en una cueva de ladrones.
A lo largo del Antiguo Testamento, Dios se había referido a su pueblo Israel bajo el símil de una higuera, este milagro, es muy diferente a todos los demás que hemos visto hasta ahora, puesto que Jesús usa su poder para destruir y maldecir, en lugar de bendecir y dar vida.
El profeta Jeremías tuvo una visión en la que vio dos cestos, uno lleno de higos buenos como brevas, y otro de higos malos que no se podían comer. Unos simbolizaban al pueblo de Judá que había sido deportado por Nabucodonosor a Babilonia pero que habían permanecido fieles a Dios, y los otros, al resto que había quedado en Jerusalén con el rey Sedequías, pero que se habían apartado de la voluntad de Dios (Jer 24:1-10) (Jer 29:17).
De hecho, lo que Jesús hizo con la higuera del camino a Jerusalén era lo mismo que el profeta Jeremías había anunciado que Dios haría con su pueblo Israel:
(Jer 8:13) "Los cortaré del todo, dice Jehová. No quedarán uvas en la vid, ni higos en la higuera, y se caerá la hoja; y lo que les he dado pasará de ellos."
Por lo tanto, la maldición de Jesús a la higuera, debemos entenderla como un símbolo del juicio de Dios contra su pueblo Israel.
Una higuera con hojas pero sin fruto.
La noche anterior Jesús había tenido ocasión de comprobar esto en su visita al templo. Y justo en este momento se disponía a ir allí nuevamente para hacer una de las acusaciones más graves que podemos imaginar: "Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones, mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones" (Mr 11:17).
Todos aquellos rituales perfectamente organizados que llevaban a cabo en el templo, sólo servían para esconder la falta de verdadera vida espiritual.
La abundancia de sus hojas hacía pensar que tenía fruto, pero realmente carecía de él. Prometía mucho pero no daba nada.
Pero también la Iglesia debe tomar en serio esta advertencia. Cristo puede venir en cualquier momento, de una forma inesperada, y lo que él va a buscar es nuestro fruto. Él no se va a conformar con que tengamos hermosos templos, cultos muy bellos y bien organizados, y tampoco le va a impresionar nuestra música o la relevancia social que hayamos alcanzado.
(Mt 7:21-23) "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad."
Recordemos que el bautismo, el ser miembros de una iglesia, el participar de la cena del Señor y la práctica asidua de las formas externas del cristianismo, pueden ser únicamente hojas si no hay frutos del Espíritu de Dios en nuestras vidas.
(Mt 7:16) "Por sus frutos los conoceréis..."
(Ga 5:22-23) "Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley."
Cristo es Señor
de su iglesia y exige que sea casa de oración. La pomposidad y el espectáculo
no están alineados en Cristo y su voluntad para con su iglesia. Jesús entró en
el templo y lo purificó de la injusticia y fue el primer acto público del
ministerio de Jesús y también el último. Con gran enojo, echó de la casa de
Dios a los impíos, avaros y todos los que estaban destruyendo su verdadero
propósito espiritual.
El mayor interés
de Cristo es la santidad y devoción sincera dentro de su iglesia. Él murió para
santificarla a fin de presentársela a sí mismo, como iglesia santa sin mancha.
La adoración
dentro de la iglesia debe de ser en espíritu y verdad. La casa de Dios debe de
ser un lugar de oración y comunión con Dios. Cristo condenará a todo el que use
a la iglesia, el evangelio o su reino para ganancia, gloria o jactancia
personal.
El amor sincero y
a sus propósitos redentores dará por resultado un celo consumidor por la
justicia de la casa y del reino de Dios, el que de veras quiera ser como Cristo
no tolerará la injusticia dentro de la iglesia, y es esencial la protesta de
los verdaderos cristianos contra los que profanan y degradan el reino de Dios,
pues en la segunda venida Él purificará a sus iglesias de manera definitiva.
Los líderes
religiosos pusieron en duda la autoridad de Jesús para purificar el templo o
enseñar al pueblo. Se sintieron ofendidos y enojados porque Jesús condenó las
prácticas malvadas dentro de la casa de Dios, mientras que ellos mismos
toleraban esas prácticas y participaban en ellas. Eran incompetentes para ser
ministros y líderes espirituales.
Jesús, como
verdadero líder espiritual, ejerció autoridad para la causa de verdad y la
justicia, aun cuando eso le costó la vida. En la obra redentora de Cristo, su
muerte es el precio pagado por la liberación de los hombres y las mujeres del
dominio del pecado.
Jesús nos dice
que en el reino de Dios no se medirá la grandeza por el dominio de unos sobres
otros, sino por darse a sí mismo en el servicio por los demás de acuerdo con la
revelación bíblica de Cristo. El creyente no debe tratar de llegar a la cumbre
a fin de ejercer su autoridad, sino en ayudar a los demás, y procurar el
bienestar espiritual a todos.
En la parábola de
los obreros de su viña Cristo advierte contra tres aptitudes equivocadas:
1.
No sentirse superior debido a una
posición afortunada.
2.
No dejar de compartir el interés
de Dios en ofrecer su gracia a todos.
3.
Evitar el espíritu de envidia de
las bendiciones espirituales de los demás.
Dios valora a las
personas, no por las apariencias, sino por la sinceridad, la pureza y el amor
de corazón. El entrañable afecto y amor a Jesucristo es el aspecto más valioso
de la relación con Él. El perdón es el medio por el cual se restaura esa
relación.
(Jn 15:7) "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho."
Orad con fe no significa únicamente estar seguros de que lo que pedimos sucederá, sino que debemos asegurarnos también de que lo que pedimos se ajusta a lo revelado por Dios.
Dios les bendiga
(Jn 15:7) "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho."
Orad con fe no significa únicamente estar seguros de que lo que pedimos sucederá, sino que debemos asegurarnos también de que lo que pedimos se ajusta a lo revelado por Dios.
Dios les bendiga